Temporada.

Los ruidos del bosque enmudecen, las hojas dejan de caer, algunas quedan suspendidas en el aire. El río detiene la correntada, nadie pretende molestarlos.

Es definitivamente el momento más disfrutable del día durante el cual estos dos lobitos poco a poco van dejando de lado la piel que habitaron para poder fundirse en ese infinito intercambio de risas y besos. Lobos sueltos por separado, corderos tiernos a su encuentro.

Cuesta mucho poder encontrarse en el bosque con un alma que te haga perder la piel con un solo soplido de vida, un aliento fresco que te congele los huesos y vuelva a refrescar todos esos trozos de sentimientos que hemos ido ocultando por miedo a volver a perderlos. Uno aprende a la fuerza a guardar cuando se da cuenta de que lo que las hienas se han ido llevando es más de lo que queda dentro. Hienas, cuervos, tanto salvajismo suelto nos asusta y sin embargo aunque uno no lo considere, por ahí, quizás en momentos inoportunos, esa alma gemela aparece en la penumbra, sin anunciarse a aullidos, caminando lentamente, pero a paso firme. Siempre seguro de que lo que está por vivir, va a quedar grabado como algo irrepetiblemente hermoso.

El atardecer es todo lo que los corderos necesitan, de esos que duran cien horas y una vez que el encuentro termina, cada uno sabe qué camino seguir y hacia donde correr si comienza a llover. Los días siguen su curso, y ellos siempre saben a donde volver, territorio estratégicamente  seleccionado la noche de aquel primer encuentro. Arquitectos de su propio destino, luchadores de una pesada diaria que termina con un simple encuentro de alientos y ganas de compartirlo todo, ellos a la noche saben que no le temen al frío  Siempre encuentran como acomodarse y descansar.

Ya no se asustan, tienen estrategias de supervivencia. El invierno es largo, crudo y peligroso. Lentamente, a lo lejos, se puede escuchar el imparable avance de los cazadores, se siente el pisar de las hojas secas avanzando en dirección a ellos, uno, dos, tres disparos. Acaba de comenzar la temporada de caza.

Se abrazan fuertemente buscando encontrarse en lo profundo de sus dulces miradas, lo peor está por venir. Lo saben, pero no sienten miedo… Silencio nuevamente, muy a lo lejos se sienten las risas de uno de los cazadores y el encendido de un motor que comienza a alejar el vehículo en el que llegaron al bosque.

Un atardecer más que pasaron juntos y nadie pudo arruinárselos.