Los Dioses del café.

Dos café. Uno doble filtro, el otro acompañado con leche, ese que viene con una jarrita blanca hermosa, tamaño individual, de esas que queremos cada uno para su sobrecargada colección de innecesarios artículos de cocina.

Comienza el sin parar de temas que nos caracterizan, puesta al día, comentarios jocosos de algún amigo mío y alguna historia divertida de los tuyos.

Nos rodea el pasado, con sus imborrables anécdotas que constantemente revivimos a gusto.

La gastada punta de mi zapato toca esperadamente tu tobillo, lo acaricia. Siento tus inquietos talones acomodándose sobre mis dedos gordos primero, hasta que aterrizan ambos en mis pies. Se sienten cómodos, se sienten cerca, más cerca de esta forma, un poquito más que estando aun sentados en la misma mesa.

Siguen las vivas risas, las miradas exactas, directas, penetrantes. Nada nos mueve hoy, sentimos el segundero del reloj aminorar el paso, cómplice de nuestro rutinario encuentro, hoy permitiéndonos que nadie de los que nos rodea logre distraernos. Si, ya lo sé, es un café más en una esquina de Montevideo, pero para nosotros se ha tornado en un necesario refugio a viva luz.

Vuela el tiempo y a lo lejos se siente la voz del mozo: «se tomaron una horita extra hoy, eh?!».

Cómo se olvida uno que es mortal!

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Tiro yo!

Miremos bien la ficha. Esta ficha colorida que llama la atención por la luz que segrega tanto al avanzar como al retroceder. Vayamos al punto exacto en el que fue creada. Color, tamaño y forma, altura, peso… y al tablero! Solo. Unos años más tarde llegaron los hermanos, no existe el juego sin ellos… siguió la vida, como si no fuese a pasar mucho. La escuela, siempre en el turno matutino, odio levantarme temprano. Seguimos con el liceo, mientras vamos bancando los enredos de familia, la que nos toco esa sí que de suerte, no hay otra. Los amo.

Comienza la adolescencia, para muchos despertares de cosas nuevas, terribles aventuras, sexo los fines de semana, las salidas, joda y mucho alcohol. Eso sí hubo, mucho alcohol. El sexo en la adolescencia quedará para la reencarnación. Solo pido no ser hormiga. Bailes, actividades de cuarenta y ocho horas, nada de dormir, poco estudio, mucha diversión y fuimos forjando el camino con esas personitas que increíblemente hasta hoy están en la diaria, o los fines de semana, o cada ocho meses y aun así, no necesitamos de un llamado telefónico para saber que al estar cara a cara seguimos siendo los mismos, con el mismo amor que siempre nos hemos tenido.

Algunos tuvimos la oportunidad de crear conocimientos nuevos en el extranjero, en los aciertos y en los errores, más o menos fuimos ampliando un poco el espectro mental. Y vinieron ellos, los nuevos amores, los amigos hechos en nuevas tierras, tan cercanos como los que habíamos dejado lejos. Como se complica poder armar el campo mental sin dejar a nadie, pero intentando que entiendan los nuevos a los viejos y los viejos a los más nuevos. Aparecen ahora los nuevos hermanos de la vida, las parejas de nuestros amigos que andan por el mundo y los de acá. Y los sobrinos, sangre de nuestra sangre.

Las nuevas adiciones son personajes adorables que han sabido ganarse grandes lugares en el corazón de uno. Algunos han quedado por allá, y se los extraña, mucho, pero siguen creando su camino. La distancia tiene la amabilidad de hacernos sentir más cerca, incluso más cerquita de muchos de los que andan a la vuelta.

Cada uno por su camino, algunos tropezones, pero estamos todos. Seguimos en el tablero, jugando, a hacernos los adultos. Nos pesa un poco más a medida que avanza el contador. Casamientos, hijos, seres increíbles que dejan de estar físicamente presente, pero pasan a ocupar lugares nunca antes imaginados. Están. Siempre.

Y uno, con la cabeza para arriba, mirando para adelante. Intentando esquivar pozos, puentes, carteles despintados, manchas en el tablero. Que difícil a veces se hace continuar el camino! Otras veces nos parece tan fácil! Siempre he pensado que indudablemente es más fácil llegar a la utópica meta cuando son dos coloridas fichas las que juegan en la misma casilla. Tanto amor puro brindado a los amigos, y tanto amor que fluye para darle a esa personita única que sea capaz de hacernos volar, sin capa, sin motor, solo con una mirada cómplice, una mano apretada fuerte que te dé o pida fuerza para tirarnos de cabeza a ciegas. Contención. Respeto. Amor. Puff!

Hace un rato espero la mía. Un buen rato. Y pese a las mil y una vueltas de este entretenido juego de caja llamado vida, me se siento tan preparado para poder conquistar el tablero! Entrenado, con el lustre de una ficha que se siente poderosa, con ganas de que el dado siempre salga en el seis…

Y meta salir el uno!

Serenidad.

La calma. Figura ausente en la semana, nos acobijó esta tardecita de invierno. Nos brindó calor y ganas de más. Siempre más. Se perdió mi risa entre la tuya, entrecruzando proyecciones mágicas de placer y goce, dulce agresividad inquieta, tímida, que hoy nos deja flotando en el más dulce de los mares.

Si nos movemos es para abrazarnos más fuerte. No vislumbramos alejamiento, ninguno corre, esta tarde el tiempo es nuestro. Efectivamente faltan armas, falta el ataque defensivo, la charla de sobrecama sobre el incierto futuro de estos bueyes perdidos, faltan acciones que ya no se extrañan.

Contadas palabras sirvieron para darnos cuenta de que en realidad el mejor tiempo compartido es cuando nuestras horas son aceleradamente consumidas por interminables mimos, minuciosas caricias y esos besos que sabemos compartir. Sigue la calma. Sigue el silencio, disfrutable, ese que tanto anhelamos …

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Sobre como desmantelamos esta bomba at…

Un apasionado e interminable beso. Otro. Mi cansada mano derecha recorre tu cálido cuello y encuentra un lugarcito cómodo en tu axila, ahí queda. Tu amistosa pierna izquierda sin pedir permiso se estaciona lentamente entre mis tobillos, permiso concedido.

Estamos leyendo. Juntos. Queremos entender el porqué de todo este instructivo frente a nosotros de más de cien páginas, pero creo que el cansancio y las ganas de compartir hasta la última milésima de segundo físicamente juntos puede más y los ojos de a poco se van cerrando.

Acomodo mi feliz cuerpo para que finalmente encuentre la posición perfecta que me permita descansar unos minutos más. Estiras los brazos de manera elástica a modo de poder abarcar mi espalda y pecho. Tus manos comienzan un espaciado recorrido hasta lograr encontrarse frente a mi y cual combinación perfecta parecida a la de una caja fuerte de Suiza, se cierran sin querer desprenderse. Quedo prisionero a tu merced. Podría correr lejos, gritar a voz viva que alguien me saque, pero nunca se me ocurriría hacerlo ya que no existe felicidad parecida a la de sentirme atrapado por tu todo. Preso estoy y esclavo esbozo una sonrisa antes de caer en manos del Sr. Sueño.

Pasaran largas horas o fríos días hasta que volvamos conjuntamente a posar nuestros dulces ojos en el pesado instructivo. Sabemos que debemos leerlo todo pero faltan ganas, falta voluntad y aun así la maldita Sra. Responsabilidad, prima de Madurez, nos ahoga…

Oasis.

Hace menos de dos horas que visualizamos la fría niebla invernal que había bajo la nube al despedirnos con mas de veinte besos esta noche. Más despedidas. Un hasta luego, un nos vemos, mañana hablamos, y todas esas cosas que nos decimos cada vez que afrontamos el odiado momento en que debemos decirnos chau.

Siempre pasa. Unos minutos. Cambiamos de nivel. Pasamos a otro canal. Y no es que no hayamos hablado o no nos hayamos dicho todo lo que sentíamos en las horas que acabamos de compartir, es que simplemente nos quedan siempre temas por abordar, conversaciones por tomar o problemas nuestros y del mundo por subsanar o eliminar. Creo que si juntásemos a todos los habitantes de Europa esta misma noche y les pidiésemos que elijan un tema, nosotros dos tendríamos más temas que ellos juntos en una sola de nuestras charlas. Y quedaría una lista aparte de todos esos tópicos que a veces con razón y otras por mero respeto no tocamos. La mayoría los hablamos pero otros tantos, hay ocasiones que elegimos tirarlos por la ventana. Dueños cómplices de una aventura que sigue en curso. Sin pausas, sin titubeos, sin mareos, siempre con las cosas claras y sabiendo que es lo que buscamos en cada uno al reaccionar con el habla. Somos dos robots pensantes que saben cada palabra que están por expresar. Midiendo a cada sílaba la reacción del otro, calculando el impulso del corazón de uno y la elasticidad de la aorta del otro antes de que los pacíficos proyectiles cumplan con su teledirigido objetivo. Hemos logrado tenernos tanto respeto que no podemos no medir los enunciados cuando estamos entrelazados en alguno de nuestros apasionados debates.
Pero no siempre estamos hablando. El entendimiento logrado va mas allá de las herramientas existentes en las palabras y la comunicación auditiva. Podemos arreglarnos sin la voz, como hoy cuando en un momento de éxtasis puro vislumbre mis lagrimas de felicidad corriendo por el agitado desierto de mi rostro a través del reflejo generado en el inmenso oasis de tus ojos verdes. No busque tus palabras para entender donde estabas, donde estábamos. Un fuerte apretón de cuatro manos elevadas a tu pecho junto al habilitado aterrizaje de mi rostro en la perfecta curvatura de tu cuello, le permitió a cada uno de nuestros poros entender la cantidad de frases hermosas que estábamos procesando y vos inevitablemente encriptando en tu corazón.
Nos quedan mil millones de temas por compartir y charlar juntos pero hay otros que a veces no sobrevuelan la nube. Muchas veces los sentimientos que nos llegan de lugares a los que quizás nunca habíamos llegado antes, no se permiten ellos mismos expresar fácilmente y nosotros, llenamos espacios con silencios astrales que descienden a nuestra nube. Los sentimos, nos absorben, pero en cuanto a ser expresados en su forma y contexto, muchas veces optamos por simplemente compartirlos, sin mencionarlos…