¿Más allá del destello o fulgor de alguna lámpara que me llame la atención, dónde es que pierdo la noción de todo lo que me dispongo a entregar aun sin saber que voy a recibir? ¿Cuán fuerte debe ser dicha luz para llegar a perder el sentido? Y ante la certera falta de reciprocidad, ¿qué es lo que me empuja con tanto impulso a seguir intentando? Quizás sea mi falta de miedo ante el precipicio, la nada, esa ausencia de bocanadas con las que suelo armar mi vuelo.
Cada choque me va dejando con mucha menos fuerza, pero la motivación pura en mis reacciones químicas me incitan a querer estrellarme aun más fuerte sin importar ya el machucón.
¿Y si la lámpara no es para uno, no emana luz hacia mí? ¿Por qué ser tan iluso de querer robar un rayo de luz aún intuyendo que es dirigida hacia otros ambientes?
Mis alas no paran, tampoco mi cabeza. Pienso, craneo, no paro de intuir, quiero creer, desespero esperando y no hay caso, acabo de recordar que por más fuerza que haga para visualizar el estado en el que me encuentro, soy una tonta polilla, testaruda pero sobre todo ciega.