Laberinto

Te las entrego todas. Podes ir seleccionándolas de a una, en grupo, siempre que cumplan con un orden lógico que permita entender lo que significa cada montoncito.

Pido no las disperses mucho ya que a veces si se agrupan de a muchas son difíciles de entender. Hay algunas cortitas que parecen no significar mucho y sin embargo nos llenan el alma. Algunas emocionan, otras nos transportan a exactos minutos vividos en determinados momentos, específicos olores, los colores de ropas que usamos, tanto acumule de imágenes en apenas tan pocas letras!

Traje todas las que encontré, de las que reconozco serías capaz de agrupar y formar un hermoso discurso con ellas. Si encuentras por ahí algunas otras, no dudes en usarlas, una vez que lo hagas, serán tuyas.

Quiero que te sientes a mi lado y una a una vayas dejando salir. Que enuncies con la mejor de las respiraciones, con elocuencia y dignidad. Vos orgulloso de hacerlo ( sé que te lo estoy pidiendo) pero siento que venís guardando y guardando, sin darle a esa cabecita tiempo para vaciar enunciados, largarlos, dejarlos caer o simplemente dispararlos.

Hoy alguna que otra letra puede sobrar, otras nunca las usaras y quedaran guardadas. De todas formas van a quedar contigo, inmóviles hasta que decidas re-armarlas. Pero con las que ya están formadas finalmente quiero me quites una duda… “Qué estas pensando?”.

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Despielarnos.

Para no sentirnos más solos. Y compartir. Para olvidarnos de la pesadumbre que nos azota día a día. Nos azotaba. Para inspirarnos, a ser mejores, a retener más aire en nuestros pulmones, para sentirnos más vivos, más frescos, llenos de vida y ganas de levantarnos no importa cuán temprano sea. Para cocinar, y cocinarnos, bailar y no parar de reírnos. Para despielarnos tanto como vaya restando sacar, y volvernos a vestir una y otra vez con ganas de repetir. Para encontrarnos y desencontrarnos, siempre con la sonrisa que nos caracteriza y este grupo de cuatro ojitos siempre atentos y deseosos de contemplarse. Para los cafés, los piropos, los suspiros y las medias frases. Las frases enteras y los enojos, junto a tu esfuerzo y encanto por ganar el desenojo. Para las fotos y no fotos, las que quedan por sacar y las que ya nunca sacamos. Las mil y una aventuras que juntos compartimos del pasado y el presente, cruzando dedos y rezando a santos para que en algún momento, con mucha suerte, en esta vida, nos toquen mil más por venir. Para no parar de llorar y justo cuando sentimos que estamos ahogados, dejarnos llevar por las locuras que cometemos, que no le hacen más daño a nadie más que a nosotros mismos. Por los desayunos y algún ayuno. Los mimos debajo de la frazada, la intención de compartir una carpa, una infinita noche, el eterno y tan esperado abrazo y los siempre bienvenidos besos.

Y para esas charlas de magísteres en el derecho, el deber y la buena voluntad de no lastimarnos, de querer parar al mundo, solo por veinte minutos y ciegamente dinamitarnos en infinitas partículas para que juntas puedan volver a ser una misma fuerza. Un solo corazón, una sola voluntad, una sola razón, de ser, de amar, de contemplar. La exquisita causalidad de habernos encontrado es un premio compartido.

Hoy, el viento y la lluvia limpian la ciudad, y yo al pensarte voy limpiando mi alma, la purifico y siento que me renuevo.

Te extraño.

El caballero y su almadura.

Allá por los noventa, cuando era la hora de ir a dormir, aparecía en la TV todas las noches y a la misma hora, el hiposaurio bostezón. Tenía una canción pegadiza y era una linda animación hecha vaya uno a saber dónde. También quería decir que llegaba la hora de ponerse la odiada polera que mi mamá me hacía vestir cada noche para dormir abrigado. Tenía un cierre muy, muy largo en la parte posterior del cuello que, si no estabas prevenido, te arrancaba una indescriptible cantidad de cabello. Y dolía. Mucho!

Con el tiempo fui entendiendo que mamá solo quería protegerme, del frío de la noche, de las salidas tarde, de que si me vendían una cerveza abierta iba a tener droga, vaya si quería protegerme. Y era eso, un cargamento de buenas intenciones que siempre resultaban pesadas para mí, nunca suficientes para ella.

Pasaron ya más de veinte años y sé que aun sigue protegiéndome. Ya no de los autos ni de la noche en la oscuridad, quizás sea un poco más profunda su preocupación y esté cuestionando mi alma, mis acciones dirigidas por el corazón, definitivamente no por mi razón. Recuerdo vívidamente la noche en que le mencioné cuan interesante sería ir a un psicólogo allá por mi temprana adolescencia, y ella dejó abruptamente de fregar, giró desde la pileta y con un tono preocupante me cuestionó: «qué te pasa, qué sentís, te pasa algo?». No volví a mencionarlo nunca más. Y si me hubiese escuchado el cuco psicólogo, andaríamos los dos hoy en día con los mismos cuestionamientos? No hay culpas, solo pasares. Y ese tiempo ya pasó.

Los otros días en una de mis visitas a casa de mis padres, sentados mano a mano con mamá, volvió a surgir el tema de mi falta de suerte al no encontrar una persona con quién compartir la vida. Probablemente para ella mi dificultad radica en mi poco acertada selección de personajes que han desfilado por su casa y la mía propia, y eso haga ver a mamá con otros ojos las cosas. No lo sé.

Pasa lo siguiente, no solamente me es imposible saber si a quien yo elija me va a acompañar un día o un trillón y medio, sino que además pueden pasar, y pasaron diecinueve meses en los que parecía que me casaba, tenía perros e hijos en mi relación más estable hasta la fecha, hasta que en un inadvertido despertar, estalló una bomba y la persona que amaba se convirtió en un total desconocido. Como ocurrió? No me di cuenta antes. En que fallé o fallamos? Nunca lo sabré. Tampoco creo que mucha gente pueda sentarse a explicármelo, solo sé que a medida que pasa el tiempo, siento que a través de las experiencias vividas, uno va ensillando su caballo. Afilando sus herramientas de a poco, para una vez sanadas las heridas, entusiasmado salir al ruedo a competir nuevamente en la más hermosa batalla que nos toque pelear.

Siento que, por culpa de y gracias a dichas batallas, mi alma se ha ido endureciendo un poco más cada día. A pesar de las caídas y cruzadas no conquistadas, sigo siendo ese mismo muchacho que llegado el otoño, miraba los arboles y se maravillaba del color de las hojas, de la forma de sus ramas. Por dentro, todo eso a mí, me hacía feliz. Hoy, soy feliz. Y pienso seguir siéndolo.

De todas maneras, y aunque nunca lo entiendas: «Gracias mamá!». Yo sí te entiendo y aunque no me creas, cargo a donde vaya con mi pesado armamento de defensa, solo que de la forma que me he ido armando, que funcione o no, va a depender siempre de mi intencionalidad en las batallas que me queden por atravesar.

Eso sí, voy a optar por disfrutar de mis guerras, más allá de cualquier plan estratégico. Siempre.

Camuflaje.

Disfrazarnos a diario ya nos resulta tarea fácil. Qué poco complicado que es poder demostrarse afecto aun con un centenar de extraños peatones a nuestro alrededor!

Incluso en nuestro bar, rodeados de cuarenta camisetas celestes, un simple gesto suma a la dosis diaria y necesaria de afecto compartido.

Otro de esos deliciosos cafés que enormemente disfrutamos mano a mano. Una mano mía que estaba agarrando una taza, se cruzó inesperadamente con una de tus manitos y ellas, casi sin haberse visto por dos días, decidieron entablar una afectiva charla que duró segundos, pero bastó para que ese digitado encontronazo sea eterno. Ellas charlaron, se rieron, acariciaron y hasta un par de besos se dieron.

Hay veces que luego de ver como se reconocen y saludan nuestras manos, nos miramos cuales cómplices que acaban de concretar su ansiado plan maestro. Otras se nos pasa el momento sin mencionarlo, sabiendo lo que acabamos de hacer pero sin darle demasiada importancia, nuestras sonrisas o una simpática guiñada lo dicen todo.

No pasaron treinta y siete minutos y las mismas manos hoy decidieron volver a encontrarse cerrando un casillero.

Esta vez el deseado encuentro fue más despacio, mucho más disfrutado por ambas. Y ni el guardia de seguridad ni la señora que iba saliendo de la tienda (demasiado ocupada con las compras que había realizado) se percataron de tal emocionante y silencioso festín de dedos y manos.

Nunca nos ha costado dejarnos llevar por la calibrada burbuja que hemos ido armando. Estoy convencido de que nadie se percata de ella y quienes sí lo hacen, disfrutan silenciosamente al verla. Otros la envidiarán, pero no nos corresponde.

Vos y yo, dentro y fuera de ella, vamos «tranki».

Indefinido.

«Pequeños contratos» los llamo yo. Hace un tiempo que vengo pensando en ellos. Son como pedazitos de acuerdos que nos hacemos cada vez que finalizan nuestras mágicas jornadas compartidas.

Una y otra vez sentimos esa sensación de bienestar emocional que nos colma, nos deja tiesos en un mar de suspiros, resecos de aire en nuestros pulmones, compartiendo miradas sin poder decir una sola palabra más que entendiéndonos con emocionadas miradas. Cuánto intercambio de sensaciones, puff muerto estoy!

Y así estamos, corriendo a favor de la tormenta, impulsados por nubarrones que cargan pesados vientos, cual dos coloridos salmones nadando ciegamente contra la corriente, esperando no estrellarnos en la orilla sino lograr sobrevivir en este lago colmado de especies hambrientas por devorarnos, desesperadas por separar nuestro nado sincronizado.

Hoy sellamos un nuevo sobre. Un nuevo contrato. Renovando el último que apenas tenía dos días.

A veces la espera es corta, otras suele ser un poco más espaciada. Generalmente intentamos que los contratos duren poco tiempo, cosa de no perder el entrenamiento logrado en nuestros estrangulantes abrazos o avasallantes besos.

El contrato de hoy y de acuerdo a la inmensidad de lo vivido tal como manda una de nuestras leyes, te lo dejo pasar por el tiempo que quieras. No expira, no voy a contar los días hasta volver a firmar uno nuevo.

Eso sí, que se repita. Que se repita!!!

Amado.

Creo que todo comienza con mi fascinación por determinados estilos musicales. Viene de mucho tiempo atrás. De antes, desde mucho antes de comenzar siquiera a escuchar mis primeros cds allá por el noventa y tres.

Mis oídos han estado impregnados de música desde que tengo uso de razón y cuando no la hay, la busco, la atrapo, la rapto para que camine junto a mí.

Música sin idiomas, cual cobra en medio del desierto, con solo sentir el ruido excitante de la música que va a hipnotizar… ahí estoy fuera del cesto de mimbre, danzando, sintiendo el pulsar de los sonidos, llevando lentamente la melodía conmigo.

Una vez dentro de mi cuerpo la guardo, la selecciono, le pongo coloridas etiquetas y sobrenombres, y ahí nomas en medio de mi corazón, las dejo tintineando. Así voy creando y acrecentando mi galería de temas, mis bandas sonoras. Hay veces que no llego a entender mis reacciones al escuchar determinados temas. Y a los minutos me doy cuenta que dichos impulsos saltan desde los más profundo de mi galería musical.

A las canciones tristes muchas veces las dejo pasar, pero las melodías más dulces, quedan… son demasiado disfrutables. Desde hace ya un tiempo hay una canción que no puedo dejar de escuchar, y bastan cinco acordes para que mis sentidos se abran, se suelten… es que no soy solo yo escuchando a ella, somos nosotros dos, en tu rincón, abrazados, compartiendo lágrimas que ni sabíamos compartiríamos.  Es tu brazo recorriendo mi cuello hasta convertirse en suave almohada. Soy yo entrelazando mis brazos junto a tu cintura, reposando mi cabeza en tu hombro. Somos un mar de emociones junto a una confusa pero paradisíaca catarata de lágrimas que forman un tierno estuario. Aun sin la luz del sol, nuestras siluetas se reflejan cálidamente.

Gracias Vanessa!