Allá por 1988 Kodak lanzaba una campaña en la que regalaba animales de peluche, que se llamaban Kolorkins. Y mi fascinación por ellos llegó a tal grado que bauticé a mi entrada forzosa al sueño «Kolorkins».
El ritual era/es sencillo. Cada vez que quiero o pienso que debo esforzarme en dormir, cierro mis ojos. Observo el infinito universo oscuro que cae ante mi. Busco allá por el nuevo horizonte y los veo venir. Miles de micro partículas coloridas. Rojas, azules, amarillas y algunas verdes. Son colores no muy definidos pero a medida que intento cerrar más fuerte mis ojos las veo acercarse con mucha más prisa. Ellos son mis Kolorkins. Y cada noche que les he entregado mis ojos; dueños de mi infinita oscuridad, no me han fallado.
Hoy aquí. Veinte horas más tarde ni mis Kolorkins me ayudan a dormir. Sé que no son ellos. Es el vacío. Mi cama se siente más fría esta noche de abril. Hay un colchón que se siente más liviano a mi lado. Me abraza y susurra en mis oídos frases que intentan acompañarme. «No estás solo» dijo mi almohada, esa que lleva tu nombre.
Aparecen nuevamente mis amigos, uno rojo, veinte, y ahora verdes, cómo puedo hacer para dormir esta noche al no sentir tu calor?…zzzzzzzz