Disfrazarnos a diario ya nos resulta tarea fácil. Qué poco complicado que es poder demostrarse afecto aun con un centenar de extraños peatones a nuestro alrededor!
Incluso en nuestro bar, rodeados de cuarenta camisetas celestes, un simple gesto suma a la dosis diaria y necesaria de afecto compartido.
Otro de esos deliciosos cafés que enormemente disfrutamos mano a mano. Una mano mía que estaba agarrando una taza, se cruzó inesperadamente con una de tus manitos y ellas, casi sin haberse visto por dos días, decidieron entablar una afectiva charla que duró segundos, pero bastó para que ese digitado encontronazo sea eterno. Ellas charlaron, se rieron, acariciaron y hasta un par de besos se dieron.
Hay veces que luego de ver como se reconocen y saludan nuestras manos, nos miramos cuales cómplices que acaban de concretar su ansiado plan maestro. Otras se nos pasa el momento sin mencionarlo, sabiendo lo que acabamos de hacer pero sin darle demasiada importancia, nuestras sonrisas o una simpática guiñada lo dicen todo.
No pasaron treinta y siete minutos y las mismas manos hoy decidieron volver a encontrarse cerrando un casillero.
Esta vez el deseado encuentro fue más despacio, mucho más disfrutado por ambas. Y ni el guardia de seguridad ni la señora que iba saliendo de la tienda (demasiado ocupada con las compras que había realizado) se percataron de tal emocionante y silencioso festín de dedos y manos.
Nunca nos ha costado dejarnos llevar por la calibrada burbuja que hemos ido armando. Estoy convencido de que nadie se percata de ella y quienes sí lo hacen, disfrutan silenciosamente al verla. Otros la envidiarán, pero no nos corresponde.
Vos y yo, dentro y fuera de ella, vamos «tranki».
Que hermoso que escribis!, me la llevo…me encantó!