Existen mil maneras de llamar a las cosas, ya sea por su nombre o por sobrenombres. Algunas personas usan diminutivos, otras prefieren usar la misma palabra pero en otro idioma. Quizás los haga sentir más cultos, más educados o simplemente sea porque culturalmente cuando hay que poner música se aprieta el botón play.
Cosas, lugares, personas, todos llevamos esa etiqueta por dentro o por fuera. Las hay lindas y las hay muy negativas. Algunas expresan mucho, otras no significan nada.
Estoy sentado en un lugar especial en estos momentos. Tan especial, que tiene etiqueta, título, apodo. Y no lo busqué yo. Se lo otorgaste vos, con tanto orgullo y felicidad que realmente da placer compartir insignificancias tan valiosas en esta vida contigo.
Dónde se encuentra la línea que divide una simple etiqueta de ser el nombre más bello que se le haya dado a un lugar tan común? No existe, no la busquemos, se siente. Es una más de esas cataratas de burbujas invisibles que nos hacen eructar dulzura. Nos sonríen la cara a las fuerzas y hacen que veamos en colores todo. Es un cosquilleo hermoso, tan lindo, que hace que me olvide de que simplemente estoy hablando de un lugarcito de mi casa.
Al entrar a mi apartamento, cualquier persona diría que estoy sentado frente a la televisión. O bien podrían decir que elegí quedarme un rato al lado de la ventana. Hay una alfombra, dos sillones, almohadones. También está la mesa ratona. Nada de eso hace que sea especial. Si lo miramos desde el techo, me sitúo en la baldosa número seis, desde el eje que comienza en la pared del cuarto y la pared que da a la calle. Eje horizontal que da a la calle y el vertical la pared del cuarto, la que no tiene cuadros, la vacía. Solo la cubre uno de los sillones y yo, sentado en la baldosa ocho. Podemos realizar un loop de ciento ochenta grados y mirar desde el piso. Veremos que estoy sentado en el panel de yeso número dos. Sigue sin motivarme mucho la mirada ajena. Describiendo fríamente mi localización sin saber porque elegí este lugar para estar.
Pero acá me senté, y voy a seguir por un rato más. Un buen rato, recordando todo lo que hemos compartido.Siento aún el olor a las velas cuando se apagaron. Yo tenía apenas un ojo abierto. Dormía en tus brazos. La noche se nos pasó de manera que nunca nos avisó. El aullido de la última vela sobreviviente me hizo dar cuenta que estábamos tan cómodos en nuestro lugar, que también se nos olvidó cruzarnos al terreno del colchón. Hubiésemos estado más cómodos, si, lo sé y te lo comenté, pero la elección estaba ganada de ante mano. El preferir estar entrelazados incómodamente tiene una satisfacción única que es un poco complicada de describir o descifrar. Si alguien nos ató con candados, espero haya tirado esas llaves en el mar, y que a estas alturas no exista cerrajero capaz de poder despegarnos.
Risas, llanto, melancolía, felicidad, unas miradas cómplices, mucha más risa a loca voz, suspiros, piropos, interminables besos, abrazos y caricias. Recorridas incansables de los rostros de los dos, a veces solo recorridos míos, a veces solo el tuyo, muchas otras doble vía. No faltó nada. El menú fue completo.
Hoy me siento aquí. En tu lugar favorito del planeta. Y te pienso desde el “rincón de la alegría”.